miércoles, enero 16, 2008

De cuando uno se ausenta

Sólo ha sido una tarde y el caudal de noticias nos pilló desprevenidos. Bueno, a los que están más enterados no, pero a los simples mortales sí.

Terminado el ritual religioso del primer aniversario de mi padre, por ahí de las 23 horas, recibo una llamada de mi colega Paco desde el sur profundo del país: hay nuevo Ministro del Interior. El ex gobernador de Jalisco, Ramírez Acuña, deja el cargo para cederlo al oriundo de Madrid, avecindado en Campeche, nacido en 1971, Juan Camilo Mouriño. ¿Qué tal?

Una situación similar ocurrió en junio de 2005, cuando me encontraba viajando por la mencionada ciudad y me enteré que Santiago Creel abandonaba Bucareli para dejar paso a Abascal Carranza. En suma, uno no puede descuidarse ni un pelín porque se cuelan los goles.

Bueno, pero no sólo eso. También hoy me he enterado que “El Nivel”, esa cantina mítica que se encontraba a un costado del Nacional Palacio, ha cerrado sus puertas y sus botellas desde el 2 de enero pasado. ¿Qué tal? Aunque no fui un asiduo visitante de ese lugar, por supuesto departí algunas noches en sus mesas y, sobre todo, en su barra. De hecho, creo que en este mismo sitio transcribí algo que escuché allá y que era más o menos así: “Maquiavelo enseñó cómo chingar, pero él no chingó a nadie… ni a su madre”. Todo en voz de un parroquiano politólogo empírico que bebía algo como vodka con tónica.

Lo que me gustaba de “El Nivel” era, primero, su historia –verídica o no—de ser el primer establecimiento con licencia oficial para operar como cantina expedida en la ciudad, segundo, sus botanas de carnes frías, tercero, su aire tipo español con esas mesas y taburetes, cuarto, la florida concurrencia que podías observar departiendo y, quinto, su ubicación: el pleno corazón del país. Sin ser mi lugar de culto, debo rendirle mis respetos por todo el peso de la historia que cargó bajo sus hombros.

Un punto que no he mencionado en el párrafo anterior, pero que por supuesto no omitiré, es que me gustaba la cantina porque se encontraba en el sitio en donde se había fundado la antecesora de lo que hoy es la Universidad Nacional. Con ese sólo detalle era suficiente para tener un altísimo valor sentimental para mí. Pero, oh paradoja, este hecho también ha sido, al final, el que ha motivado su cierre definitivo: la Universidad le ha ganado un litigio a los antiguos dueños y deberá ceder su espacio. Bueno, a veces así son las cosas.

En fin. Un lugar que merece un réquiem y, repito, nuestros respetos desde este buroblog. Ahora habrá que averiguar quién ostenta la licencia oficial número dos para elevarla a la primera.

Salud.

 

 

Cerró El Nivel; en su interior quedaron 156 años de historia

Su propietario, Rubén Aguirre, informó que perdió con la UNAM litigio por el predio

La cantina fue punto de encuentro de presidentes, escritores, periodistas...

Rocío González Alvarado

La Jornada

La cantina más antigua de México, El Nivel, que ostenta la primera licencia de ese giro en el Distrito Federal, cerró sus puertas de manera definitiva en el Centro Histórico, luego de ser punto de encuentro de presidentes, escritores, artistas, burócratas, académicos, activistas, periodistas y turistas, durante 156 años.

Los cacahuates, el queso blanco y de puerco en cuadritos, con sus rajas en escabeche, botanas que acompañaban las cervezas frías o la bebida de casa el nivelungo (vodka, Pernod y licor de naranja) dejaron de servirse desde el pasado 2 de enero, según informó, durante una entrevista en el programa de radio De una a tres de Jacobo Zabludowsky, don Rubén Aguirre, su dueño, quien explicó que tomó esta decisión tras perder un litigio con la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que reclamó la propiedad.

El local ubicado en Moneda número 2, casi esquina con la Plaza de Armas, donde sólo queda como testimonio de su cierre un anuncio para la clientela: “Cerrado por remodelación. Hasta nuevo aviso”, fue en su momento parte del edificio sede de la ahora máxima casa de estudios del país, que dos predios más adelante, en el número 5, mantiene las oficinas del Programa de Estudios Sobre la Ciudad (PUEC).

Como todo sitio milenario, este escenario, que cruzó tres siglos como protagonista de la vida nocturna en la capital y solía, como las cantinas tradicionales, cerrar sus puertas a más tardar a las 11 de la noche, deja en su interior todo un cúmulo de historias y anécdotas.

Desde las que involucran a grandes personajes –se dice que la mayoría de los presidentes de México cruzó alguna vez sus puertas y algunos cantantes como Agustín Lara llegaron hasta su barra–, hasta las de jóvenes estudiantes de artes plásticas, que sin dinero en los bolsillos empeñaban sus obras a cambio de un trago de cerveza.

Licencia número uno

Lo cierto es que de sus paredes colgaba toda una suerte de pinturas, dibujos, caricaturas y fotografías, sin faltar, la copia de la licencia para la venta de bebidas alcohólicas, orgullo de los meseros, que al menor comentario de los curiosos exhibían, e inclusive emprendían toda una “ruta turística” por el lugar para presumir aquel antiguo teléfono, que utilizaban los comensales para justificar en casa su tardanza o el reloj, que con sus manecillas y números al revés, hacía retroceder el tiempo.

Pero el ajetreo que daba vida a la calle de Moneda, a partir de la hora de la comida, con los empleados de gobierno, y más tarde con los bohemios, sólo se conserva en los comercios aledaños, uno de venta de monedas y billetes antiguos y otro de tacos de canasta, fundado en 1935, donde aún no saben, que el local vecino llegó a su fin, según informó don Rubén Aguirre, heredero de la cantina a la muerte de su padre, Jesús Aguirre.

“Hace más de 20 años nos clausuraron dos veces la cantina, posteriormente le donaron a la Universidad el edificio ubicado allá en las calles de Moneda y Seminario y tuvimos un récord de 17 años peleando (…) Sabíamos de antemano que algún día la cantidad El Nivel iba a dejar de existir. ¿Por qué? Porque a la muerte de mi padre (…) se complicaron mucho las cosas, porque todo estaba a su nombre”, relató ayer durante la entrevista radiofónica.

Ahí nombró al primer dueño, don Carmen de Gallegos y Romero, recordó los años de operación y explicó el origen del nombre de la cantina: “Yo sé la versión que se llamó El Nivel porque había existido el primer nivel que colocó Enrico Martínez para medir cómo crecía el agua en los ex lagos de Texcoco, Zumpango, Tacuba y Azcapotzalco, cuando llovía mucho en la ciudad de México”, refirió.

Y también dejó abierta la posibilidad de reubicar El Nivel en otro espacio en la ciudad de México, al conservar aún el permiso de la cantina más antigua de México. “Estamos viendo a ver dónde la podemos trasladar”, apuntó.