jueves, enero 10, 2008

Treinta y tantos

Estoy a punto de cumplir 32. No recuerdo exactamente la primera ocasión en que alguien aderezó las frases con las que se dirigía a mí con la palabra “señor”. “Con permiso, señor”, “¿qué se le ofrece, señor?”, “hazte a un lado, niño, deja pasar al señor”. Cosas así son ahora más comunes, pero cuando comencé a escucharlo estuve a punto de voltearme y decirles eh, pero qué te pasa pelmazo, no soy señor.

Según los astrólogos –y mi esposa—los capricornios provenimos y reflejamos a un signo viejo. Algo así como la tierra, el frío y tal. Es decir, que nuestros comportamientos están más bien cercanos a lo de los abuelitos y los conservadores. Es posible. En la juventud me sentía cómodo, pero quizás no tanto como ahora que ha pasado el tiempo. Por supuesto, no me refiero a los asuntos de las enfermedades que empiezan a surgir por aquí y por allá, sino a un cierto estatus de calma y –digamos—madurez para afrontar ciertas cosas. Los verdaderamente jóvenes –no los eufemísticamente llamados “adultos contemporáneos”—suelen ser bastante impulsivos y trastabillantes ante situaciones determinadas. Conforme transcurren los días, uno aprende a no cocerse al primer hervor, como dirían las abuelas.

Nunca me ha gustado ese discurso también típico de los adolescentes que dice uy, ya tengo 20, ya soy viejo. Hombre, qué payasada. Digo, yo también lo exclamé, pero ahora, ¿quién tuviera 20? Otros afirman que a partir de los 30 comienza la debacle. Es probable. Y cuando cumplamos 40, ¿cómo lo tomaremos?, ¿como la resurrección?

Algunas de mis colegas están preocupadas porque a sus 33 aún no se casan. Yo lo hice a los 29. En este momento la presión social que experimento es saber para cuándo nos vamos a aparear para la preservación de la especie. Imagino que para ellas es peor: ni siquiera están en la fase de despegue. Sin embargo, también varios de mis colegas hombres están por esos rumbos. Con esto no quiero decir que la máxima aspiración en esta existencia sea la de contraer matrimonio, pero sí reconozco que aún estamos sujetos a un fuerte bombardeo de preguntas y cuestionamientos sobre nuestro estado civil por parte de amigos, familiares, conocidos y desconocidos. Si después de los 30 no tienes la argolla en el anular o eres quedado o amargado o puto (en las chicas es o eres quedada o amargada, pero no puta).

A estas alturas a mí francamente me parece que eso de estar soltero o casado o divorciado es como secundario. Con que la gente sea feliz es suficiente. Algunos están muy contentos de novios, se casan y se mandan al diablo al mes de compartir las sábanas. Otros llegan a la antesala del altar y algo sucede, se viene abajo todo y se dedican dizque a vivir intensamente, para luego caer en la cuenta de que están más solos que una hernia hiatal.

En fin. Por lo pronto, pienso que el intervalo 32-35 años todavía es soportable para intentar pasar como “joven”. De hecho, algunos programas de posgrado sólo admiten candidatos hasta los 35. Eso me parece bien. Ya cuando dices que tienes 36 estás en otra etapa, creo. Pero, bueno, cada quien sus gustos. No le hagan mucho caso a este señor.

2 Comments:

Blogger Tarzan said...

LA VIDA EMPIEZA A LOS TREINTAAAA!!!!!!!
y...
los cuarenta son los nuevos 20´s!!! Asi que, cual es el problema???

enero 11, 2008 9:04 a.m.  
Blogger Efrén said...

Soy un amargado quedado.

enero 11, 2008 11:05 a.m.  

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2 comentarios

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