martes, enero 29, 2008

(Otra vez) Tres notas breves tres

El Ministerio del Interior de la Unión Europea.

No me refiero a algún despacho, oficina u agencia gubernamental asentada en Bruselas, Bélgica, de esas con su banderita azul y sus estrellitas amarillas alineadas en forma de círculo, pulcras y sonrientes al futuro esperanzador. No. Más bien parecería ser la tónica que mueve al Ministerio del Interior mexicano, el cual ahora está encabezado por, primero, un madrileño de nacimiento y, segundo, por un ingeniero cuyo nombre es Arne Sydney aus den Ruthen Haag. Y antes de que me acusen de xenófobo y tal, que no es el caso, me pregunto qué pensará cualquier ciudadano de a pie cuando lea estos nombres y referencias. Al menos, creo, dudaría que se trata de su propio país (no es lo mismo Odilón Ahuacatitla o Xóchitl Zapotitla que el referido Arne Sydney aus etcétera).

 

El caso del increíble Ochoa y su siempre casi inminente partida a Europa.

Cada dos semanas leo en los medios que Guillermo Francisco Ochoa, actual portero de las gallinas, está a un pasito de irse a jugar a alguna liga europea. Que si lo quiere el Man. U., que si lo quiere el AC Milan, que si lo quiere el Atleti. Además, esto se adereza con los comentarios en el país de que es un gran jugador, de que si su equipo tiene dependencia a sus actuaciones, de que si ya no es Ochoa, sino San Ochoa, de que si hay Memitis y tal. Y, bueno, ante esto uno se pregunta, ¿y por qué coños no se ha ido ya y sigue jugando en el Andrés Reyna de Tuxtla Gutiérrez y no en el San Siro de Italia? Muchos lo quieren (según), pero nadie se atreve a firmarlo. Un caso más de esos en los que el perro ladra, pero no muerde. En contraste, el caso del chaval Moreno, de la cantera universitaria, sin hacer ruidos ni alharaca ni andar bluffeando, un día agarró y dijo, ya me contrató el AZ noséqué de Holanda y ya me voy. So?

 

Ciudad de México / Apocalipsis ahora

Ayer leía en un blog de esos que están linkeados aquí abajo, que mientras Nueva York se ha convertido en el escenario soñado para cualquier tipo de desastre natural o humano (inundaciones, nevadas, terrorismo y otros), la verdadera ciudad del caos no es la de la costa noreste de Estados Unidos, sino la situada en el altiplano mexica, en el mero Valle de Anáhuac, ergo la Ciudad de México. En efecto, aquí pasan cosas realmente hardcore: vientos huracanados que derriban árboles y matan gente, apagones que dejan varados a miles de usuarios del subterráneo, un drenaje profundo al borde del colapso y que nos podría dejar flotando entre diarrea y escupitajos, un sistema de agua potable que hace –literalmente—agua por doquier, una contaminación en forma de nata encima de nuestras cabezas que nos persigue como si fuese nuestra mala suerte particular, una horda de coches y automóviles comandada por verdaderos androides paranoicos (guiño a Radiohead), casas de seguridad en zonas populares y pijas en las que se guardan tanto personas secuestradas como arsenales de los que usan las fuerzas de la OTAN, en fin, tantas y tantas cosas reales y tangibles de lo rudo llevado al extremo (y sin tener que andar apareciendo en la pantalla grande, ni llamando a superhéroes, ni nada).