Día común
Hace una semana salí del Metro Balderas y caminé frente a
Al llegar a la esquina de
Por un momento dudé en seguir o cruzar la calle o regresar al subterráneo. Es decir, la primera hipótesis era que todo se trataba de una coincidencia: los guiños, el caminar en la misma dirección, mi paso por el lugar. Pero otra también apuntaba a que eso no era nada normal. En esas estaba cuando vi a un conocido acercarse por la acera. A pesar de que no somos colegas ni nada, nos detuvimos a cruzar unas palabras. Te veo más delgado, me dice, y yo sí, ah, claro, es la dieta. El punto es que yo estaba más pendiente de lo que hacían estos dos chavales. Uno detrás de otro pasaron a nuestro costado sin voltear. El de las gafas simulaba aspirar su mona, al tiempo que caminaba en actitud retadora. El otro podía deducirse por su facha y posición que era el segundo de abordo. Bueno. Cuando los miré alejarse hasta la esquina me dije, falsa alarma, tranqui. Puse más atención en la plática y, segundos después, nos despedimos. Quité de mi cabeza la idea de pedirle que me acompañara a algún otro sitio o de plantearme mis dudas.
Entonces, ya con menos presión, pero sin los audífonos puestos, continué mi camino. Ah, error. Una vez que estos chicos se dieron cuenta de que yo seguía, volvieron a levantarse de su improvisada sala de espera y comenzaron a caminar hacia mí. La alerta pasó de amarilla a roja intensa. Ya no había duda: estos me estaban cazando. Al menos un cd player o un iPod pensaron que podía ser el botín de la tarde. Crucé la calle, justo frente a una secundaria, e intenté seguir. Nada. Su actitud ya no dejaba lugar a dudas: estaban buscando también llegar al otro lado.
Ya había pasado bastante agua bajo el puente desde la última vez que había experimentado esta cuestión del peligro en el ambiente. La única ocasión en que me han asaltado en
Lo único que se me ocurrió fue voltear alrededor. Una especie de búsqueda de la salvación. Lo que pude observar fue una fila de varios taxis sin pasajeros. Bueno, la graciosa huida, ¿qué más queda? Afortunadamente abordé un clásico VW ecológico casi de forma inmediata. Una vez adentro sólo dije siga de frente. Ahora lo que tenía en mente era, primero, que pudiéramos avanzar rápido y, segundo, que no me vieran en mi escapatoria e intentaran detener el coche y bajarme (o subirse ellos). Pasamos justo frente a gafas de mona, el cual estiraba el cuello buscando, ya en una actitud francamente abierta, a la presa que de repente se había esfumado.
Calles adelante pude poner atención a la perorata del taxista sin ton ni son. Lo de siempre: que si el gobierno, que si las marchas y tal. Quise detenerlo y contarle lo que acababa de ocurrirme pero, ¿para qué? Debe tener mil historias más emocionantes e intensas en su recorrido. Por un momento dejé que todo fluyera, me recosté en el asiento, miré por la ventanilla y pedí bajar en cualquier esquina.
Ya no he vuelto a pasar por esa calle.
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