Mil 500
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Trabajar para la Universidad tiene mucha relación con laborar para la Administración Pública Federal mexicana... de la década de 1990. Veamos.
Por ejemplo, aquí aún ingresan los lustradores de calzado hasta las entrañas mismas de las oficinas, mientras que en el Ministerio ya los habían restringido sólo a la entrada (y a un máximo de dos). Acá las oficinas aún tienen ese mobiliario clásico de los noventa (escritorios, percheros, archiveros... todo de madera), además de que los lugares están individualizados en cubículos que pueden cerrarse y evitar cualquier contacto con el exterior. Allá, sobra decirlo, todo era de un tiempo a la fecha como escenario de redacción de diario gringo por el canal Sony, es decir donde todos están a la vista de todos y no hay privacidad en aras de alcanzar eso que suelen llamar "transparencia". En la Universidad aún se pueden instalar y usar programas como el mensajero instantáneo y el iTunes, al tiempo que los puertos USB están disponibles para todo y para todos. En la APF, no. De hecho, creo que la diferencia más fuerte es que, desde aquí, puedo escribir directamente en blogger.com y desde allá era imposible.
Otro aspecto crucial es el de los horarios: mientras el ex presidente Ernesto Zedillo intentó poner orden en la hora de entrada y de salida de los funcionarios públicos a finales del siglo pasado, señalando en el Diario Oficial de la Federación que la primera era a las 09.00 horas y la segunda a las 18.00, acá aún se aplican esas largas jornadas burocráticas-grilleras del corte del viejo PRI (¿hay algún nuevo?) consistentes en ingresar por ahí de las 10.00/10.30 y salir hasta que la última luz se apague o hasta que el mero patrón se retire a sus aposentos, lo cual puede ocurrir por ahí de las 22.00 horas o, en casos extremos, pasada la medianoche.
La indumentaria es otro factor, ya que mientras por los rumbos de los federales andar de traje y corbata es casi casi religión y eres mal visto si no te ajuareas así, con excepción de los casual friday, claro, en el sector académico vestir de esa forma sólo es algo a lo que se acude cuando hay una verdadera necesidad, o bien, cuando ocupas una posición de alto directivo. Aquí la cuestión es más bien andar disfrazado como de intelectual progress.
Sin embargo, aquí y allá y por todos lados en los que se materialice y exista una oficina ciertos rasgos son comunes y no cambian ni cambiarán hasta el final de los tiempos: las pequeñas luchas internas, los egos, los protagonismos y las sonrisas Made in China (ergo, piratas).
Yo, por lo pronto, hoy he dejado en el armario mi traje y me he venido pandrosón (a donde fueres, haz lo que vieres...).
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