lunes, julio 14, 2008

Bitácora de viaje SCL

Después de una semana de emociones mezcladas y diferentes en Suramérica, la cuestión vuelve a correr de manera normal en la caótica Ciudad de México.

Aquí tengo algunas notas que tomé en mi libreta del viaje a Santiago de Chile.

Veamos.

Uno.

En general, Santiago es ordenada, limpia y agradable. Claro, tiene el asunto de la contaminación, el cual es bastante severo por lo que pude escuchar en la radio local y por los comentarios de los guías en los paseos que tomamos. Además, la cosa se radicaliza en invierno (junio-septiembre), generándose estados de alerta por la subida de los niveles de ozono. Así, comienzan a aplicarse sistemas que restringen el uso de coches una o dos veces por semana. Algo que en el D.F. conocemos a la perfección.

Cuando abrí la ventana de la habitación del Intercontinental lo primero que pensé fue, pero qué bien se ve esa montaña nevada detrás de los edificios. Acto seguido recordé cualquier mañana común de la Ciudad de México por el aroma: el mismo de las aglomeraciones con polución.

Sin embargo, lo que más llama la atención de Santiago son esos aires de ciudad europea que posee, así como su vitalidad pasmosa durante las mañanas, la cual se transforma radicalmente en locura de tráfico de coches y gente después de las 18.00 horas.

Dos.

La parroquia viste bien. Es decir, quizás todos estaban homogeneizados por la moda invernal, pero lo que pude notar es que sí hay cierta preocupación por el aspecto personal. Esto contrasta un poco con la situación mexicana donde, creo, lo importante no es seguir patrones de colores, diseños y tal, sino simple y llanamente taparse con lo disponible.

Tres.

El parque vehicular es decente. La mayoría de los coches pertenecen a modelos recientes. Aquí el punto radica en la enorme variedad de marcas disponibles. Así, por ejemplo, podemos ver los clásicos Volkswagen, Toyota y Nissan, pero también casos rarísimos --para un mexicano, claro-- como Daewoo y Samsung, empresas que uno puede relacionar mejor con hornos de microondas o lavadoras, pero no con automotores. También hay Citröen, Subaru, Peugeot, Honda, Hyundai, Kia y otros, lo cual ha permitido que los precios bajen por la fuerte competencia que existe en el mercado chileno.

Cuatro.

Aunado al punto anterior, en Chile sólo existe una placa única para todos los coches. Esto me pareció ideal. En México existe un caos respecto no sólo a los diseños y colores que cada feudo --o entidad federativa-- monta para identificarse, sino también en lo que refiere al registro vehicular disponible. En este sentido, la placa única permite que un solo órgano del Estado concentre los datos relativos a propietarios, modelos, marcas y situación legal de los vehículos.

Cinco.

Los taxis tienen el mismo color que los de Buenos Aires y los de Puebla, es decir son negros con vivos amarillos. Por cierto, como en México, el coche más usado para este fin son los Tsurus de Nissan, aunque allá se llaman "Ex-Saloon". Interesante.

Seis.

Referencias mexicanas en Santiago. La primera fue una especie de broma del destino. Cuando nos dirigíamos al hotel desde el aeropuerto, después de pasar por larguísimos túneles y avenidas casi vacías a las 23.00 horas, un anuncio colocado a un costado de la vía nos recordó México al presentar las ventajas de una camineta Hyundai (o "van", como le dicen allá) llamada, nada más y nada menos, "Veracruz". Otra referencia apareció en la pantalla de un bar que daba, por ahí de las 14.00 horas, la comedia "Fuego en la sangre" para gusto del respetable. Otra fue el cartel de una exposición sobre Pancho Villa en Monjitas (así se llama la calle). Y, claro, otra fue la presencia de varias farmacias del Dr. Simi instaladas en pleno centro de Santiago.

Bueno, casi olvidaba que en una estación de radio, durante un programa matutino, se armó una especie de debate filosófico sobre cuál habría sido el mejor final para El Chavo del Ocho. Un locutor afirmaba que uno de los planes de Gómez Bolaños era "matar" a su personaje principal por medio de un atropellamiento, a lo que el otro contestó que qué bueno que eso no sucedió porque iba a causar un efecto devastador en la vida sentimental de muchos latinoamericanos.

Por cierto, a últimas fechas he leído que en Lima hay una especie de efervescencia por la presencia de ese cómico en un teatro local y, en general, en Perú. La verdad, conocía que había una fuerte afición por el programa en Suramérica, pero no pensaba que la devoción llegara a esos niveles de fe. Ya imagino cuando fallezca Gómez Bolaños: será una especie de duelo nacional en varios países de Latinoamérica.

Siete.

Los cafés con piernas. Hombre, qué cosa tan buena hay en Santiago. Alguna vez supe de su existencia en un programa de esos de variedades que dan por la cadena Univisión. Según el locutor de aquella transmisión (chileno, por cierto), en la capital de ese país se pueden encontrar sitios destinados a la venta de café con la característica de que son atendidos por chicas en prendas diminutas. Bueno, pues he comprobado su existencia de manera fehaciente.

Abajo del Paseo Ahumada, a un costado de La Alameda, pude entrar a por lo menos tres de esos locales. Después de preguntar a un lustrador de calzado (recordemos que estamos en Santiago y no en el D.F., por lo que no podemos llamarles "boleros") por la ubicación de uno, a lo cual obtuve por respuesta otra pregunta (¿quiere ir a uno bueno?), dirigí mis pasos hacia el estanquillo.

Para mi sorpresa, lo que encontré rebasó mis expectativas. Por supuesto había un servicio de cafetería. Por supuesto lo atendían chicas. Pero no pensé que el tamaño de las prendas fuese tan diminuto. Es decir, estuvo perfecto, sólo que aquello más bien parecía el téibol del pueblo poblano: luces de neón de esas que dejan al descubierto las pelusas blancas sobre la ropa negra, paredes pintadas de negro, pantalla de televisión al fondo y música variopinta en las bocinas (desde reggaetón hasta Michael Jackson, pasando por Alejandro Sanz). Y, claro, las chicas. Bellas chicas chilenas.

Extraño sitio porque uno pensaría que en ese lugar lo primero que te ofrecerían sería un whisky o, al menos, una cerveza (Cristal o Escudo). Pero no, la venta de bebidas se limita al café. Buen café, por cierto. Es decir, causa cierta extrañeza ese contraste de ambiente de arrabal y cachondería con la inocente degustación de cafecito, ya sea capuchino, con leche o cortado. Algo demasiado sano para un lugar al que sólo le faltaba el tubo colocado estratégicamente al centro para ser un verdadero y contundente téibol.

La chica que nos atendió nos dijo que veía la serie de "Rebelde" y que quería venir a México porque "allá toda la gente es bonita". Imagino que eso lo deduce de ver las escenas del culebrón. Por la respuesta que le dí creo que he dejado mal parado al país en ese sentido. También se declaró hincha del Colo-Colo y corroboró que la han visitado varios compatriotas. Todo con algo así como dos centímetros cuadrados de ropa.

Después fui a otro que se llama Café Haití y que está sobre el mismo Paseo Ahumada, pero digamos que ya en la parte familiar y turística. Ahí las chicas también muestran músculo y muslo, pero ya como que más recatadas (y aún así se ve bastante cachondo el asunto).

Claro, en los cafés con piernas la parroquia se integra más por hombres que por damas. En el tal Haití --por ejemplo-- durante mi breve estancia sólo noté la presencia de una señora acompañada de un tipo, una turista y una chica universitaria que escuchaba atenta las recomendaciones de cambios a su tesis por el que --imagino--- era su tutor.

Les recomiendo ir ampliamente a estos sitios cuando visiten Santiago. Vayan solos o con sus colegas, pero no con esposas.

También espero que algún empresario visionario mexica copie la idea pronto e instale uno ya sea en Mundo E o en la Condechi.

Ocho.

Si en México todo lo público se denomina Hidalgo, Juárez, Madero, Zapata o Morelos, bueno, en Chile existe un fenómeno parecido. Allá la nomenclatura se basa en algunos nombres clave como Bernardo O'Higgins, Pedro de Valdivia y en otras referencias patriotas como los múltiples valles existentes entre las coordilleras montañosas y el Río Mapocho, por decir algo.

Nueve.

Lo anterior se vincula con otro denominador común con México. Allá también celebrarán el Bicentenario de la Independencia en 2010, por lo que ha comenzado una serie de actos relativos al acontecimiento. Su fiesta se celebra unos días después de la nuestra en el mismo mes de septiembre.

Diez.

Bueno, una cuestión que también es digna de mención es que por Santiago --y quizás por todo Chile-- uno puede ver perros callejeros por doquier a cualquier hora. En efecto, estos animalitos andan sueltos por calles, playas, plazas, avenidas, alamedas y demás. No son agresivos ni nada, de hecho, son bastante amigables y hasta simpáticos. Pero sí es como extraño que, por ejemplo, uno se para --digamos-- frente al edificio de la Armada de Chile en Valparaíso y ahí está un puntual perro mirándonos fijamente. Lo mismo sucede afuera de La Moneda, a la salida de la estación El Golf del subterráneo, a las puertas del supermercado Líder, en el Parque Arauco o la misma Quinta Vergara de Viña del Mar.

Quizás se piense que estoy exagerando, pero prometo que es verdad. Sólo faltaba que hubiese uno en la puerta del 767 que nos trajo de regreso al D.F.

Once.

Y hablando de los paseos guiados que tomamos, en el que dedicamos a visitar Valparaíso y a Viña del Mar hubo una pérdida: una turista se extravió.

¿La nacionalidad? Imaginen cual...

Doce.

En Chile no sentí lo que los viajeros suelen llamar "choque cultural". Uno bien puede andar por esos rumbos con cierta tranquilidad y confianza. El mexicano promedio no tiene rasgos raciales tan diferentes a los locales, el idioma es el mismo (con sus matices, claro) y la ciudad no es tan grande como para perderse de manera dramática.

Sin embargo, algo en lo que sí sentí vértigo y a lo que no pude adaptarme fue al uso de la moneda, a los precios y a la conversión del dinero local a dólares y a pesos. Me explico.

Cuando arribamos al aeropuerto y buscamos un taxi para trasladarnos al hotel, lo primero que me sacudió fue escuchar el precio del viaje: algo así como 15 mil pesos. Puf. En ese momento sentí que lo mejor era tomar el avión de regreso. Después ya vi que esas cantidades exorbitantes no eran para tanto, ya que un dólar (10 pesos mexicanos) es igual a algo así como 500 pesos chilenos. Por lo tanto, 15 mil pesos de allá son como 300 mexicanos. O algo así. No soy bueno para despejar esa clase de incógnitas en ecuaciones de tercer grado.

Bueno, pero entonces el punto es que uno andaba por la calle, iba a un restaurante a tomar un emparedado y un café, y la consumisión llegaba con la leyenda en el total de "7 mil pesos". Ya no digamos cuando asistimos a un local mucho más elaborado y la deuda rebasaba los 20 mil pesos. Todo se maneja en números de mareo. Una pluma: 5 mil pesos. Tres tazas del Starbucks: 11 mil pesos. Un viaje a Pomaire e Isla Negra: 35 mil pesos. El diario: 400 pesos. El boleto del subterráneo: 300 y algo en hora normal y 400 y algo en hora pico.

Estoy seguro que a Chile no le caería nada mal una reducción de tres ceros en su moneda para hacerla menos agresiva (al menos para el oído del visitante).

Trece.

Y para finalizar, un apunte de corte político-social.

Chile me pareció un país más igualitario y menos desordenado. Es decir, la brecha que uno puede notar entre los más ricos y los más pobres no es tan dramática como en México. Quizás allá no haya tanto dinero como aquí, pero está mejor distribuido. Vi pocos ambulantes en las calles, mendigos sí, pero no tantos, y las calles no dejaron de sorprenderme por limpias y ordenadas. Claro, debo decir que son apreciaciones de alguien que fue en plan turista y que no ha vivido lo suficiente para dar veredictos lapidarios. Sin embargo, un vistazo también ayuda para percibir lo que sucede.

Por supuesto que hay problemas allá. Durante uno de nuestros paseos tuvimos que rodear la Plaza Mayor por una manifestación de maestros. Además, sigue el asunto de un escándalo de corrupción en una cuestión ferroviaria. Sin embargo, con todo, me parece que Chile sigue ascendiendo en la escala de desarrollo subcontinental. ¿Qué han hecho bien? Eso sería materia de otro tipo de disertación.

Lo que me llama la atención también es que, por azar o por destino, los dos países en que he podido estar en el extranjero tienen un punto en común: ambos han salido de experiencias de regímenes de mano dura (España y Chile) y sus transiciones a la democracia son tomadas en México como casos aleccionadores para el futuro.

Algo habrá que adaptar de su experiencia no sólo en términos de lo que han hecho a partir de sus modificaciones políticas, sino de lo que hicieron antes de esos puntos en la historia.

Catorce.

Termino aquí --una vez más-- por falta de aliento y vocabulario. Pero, para cerrar bien, aquí vienen algunas instantáneas del periplo que la decencia y las buenas costumbres sí permiten mostrar en este buroblog.

Adelante.



La primera impresión de Santiago por la mañana desde la ventana del hotel. El aroma fue ese tan conocido nuestro de contaminación que pone las alertas en amarillo.


Paseo por el Centro de Santiago. El sol a punto de irse por el horario de invierno.


Lugar mítico: El Palacio de La Moneda.

Y a un costado de La Moneda, la estatua de Salvador Allende.


¿Es el pueblo poblano? Para nada. Se trata de Valparaíso en un día de invierno, con frío, neblina y lluvia (pero visto desde la casa de Neruda).


El Moai de Viña del Mar. Busca a los suyos en la Isla de Pascua.

El santuario del Viña Fest. Aquí los chilenos han alabado al Buki y han abucheado a Los Tigres del Norte. Misterios de nuestro mundo.



Esta era la vista que tenía Neruda cuando escribía en su casa de Isla Negra.


La tumba de Neruda y de su tercera (y última) mujer.


Y aquí termina esto.