lunes, agosto 03, 2009

A por ellos

Y mientras Luis Miguel dice que te va a olvidar desde la radio del personal operativo de esta oficina pública autónoma en esta mañana de inicio de semana y de mes, me dispongo a escribir lo siguiente...

Como ya había escrito en este mismo lugar hace varios días, he dejado de asistir a las salas de cine comercial para concentrarme en las culturosas. ¿Que cuáles son éstas? Básicamente la Cineteca Nacional y una que otra de la Universidad, aunque por el momento casi todas mis incursiones cinematográficas recientes han sido en la primera.

Este fin de semana he visto dos. La primera ha sido Reprise, Volver a vivir (Trier, 2006), la cual sencillamente me ha encantado. Se trata de un grupo de colegas noruegos jóvenes, apuestos, con pretensiones literarias y espíritu elitista-misógino. Es decir, una manda a la que cualquiera qusiera pertenecer (o al menos yo sí). Entonces, dos de ellos comienzan a buscar fortuna en eso de escribir y envían sus originales a las editoriales. En principio sólo uno logra ser publicado. Sin embargo, a partir de ese momento su vida comienza una espiral a peor que lo orilla a dejar prematuramente su carrera, tanto que acaba en un siquiátrico. Bueno, y después sigue la historia, la cual recomiendo bastante desde esta humilde atalaya del bloguetariado con intenciones intelectuales.

Además, el soundtrack de Reprise es consistente con la calidad del filme, las chicas que aparecen son guapas (esas bellezas nórdicas que algo tienen, que uno muere por saber si en verdad tienen más blanca esa zona del cuerpo que regularmente es blanca), la estructura narrativa (eso sonó muy de estudiante del CUEC o del CCC) es interesante... En fin. Volver a vivir otorga una sensación de volver a confiar en el cine de las salas culturosas.




El segundo filme ha sido Los bastardos (Escalante, 2008), una cinta mexicana que presenta un día en la vida de dos migrantes guanajuatenses en algún lugar de Los Ángeles, CA. La película es shockeante al final. Uno sale con cara de qué pedo, al tiempo que en la pantalla los colores de nuestra nacional bandera y el sonido machacante de una guitarra eléctrica nos indican que ya estuvo, que ya desocupemos el local.

Podría definir el filme como "tanto por dos pinches balazos". No sé por qué me recordó un poco a esa gran obra llamada El odio (Kassovitz, 1995), en donde también se muestran 24 horas de la vida de un trío de franceses que en realidad son negro, judío y árabe. En fin. La crítica, claro, ya puso a Los bastardos por encima de cualquier otra película que trate sobre los espaldas mojadas de los últimos tiempos. Digo, está bien, pero no dejó de darme esa sensación de pesadez que luego tienen los productos nacionales cuando se quieren poner espesos y densos (a pesar de que busquen relatar una historia sencilla y contundente). Pero vayan a verla también.

Interesante que los protagonistas sean migrantes de verdad y no actores profesionales, que por fin se haya estrenado en alguna sala de la Ciudad de México y que quite un poco ese halo de inmaculados que queremos endilgarle a todos los nacionales que arriesgan su vida cruzando al otro lado. Tal cual.




Así las cosas por el momento. Que se jodan los Cinemex, los Cinemarks, los Cinépolis, las Salas Lumiere y todos los demás espacios comerciales para ver cine.

Larga vida a los nuevos locales de piojito: las salas culturosas de la ciudad.