miércoles, febrero 09, 2005

Balance

Muchos piensan que casarse es lo peor que puedes hacer. Que pierdes independencia, que te encadenas, que limitas tus posibilidades. Depende. Si en verdad quieres hacerlo, no hay mucho que temer: tarde o temprano te verás frente a los papeles del Juzgado. Por la buena o por la mala. Sin embargo, esa "dulce condena" --retomando a Andrés Calamaro-- tiene ciertos beneficios que ahora trataré de enumerar.

a) Recepción de regalos. Parte de la inversión que has hecho en la contratación del salón, del grupo, de los arreglos florales, del pago del juez, de los traslados, de la indumentaria, de la bebida, en fin, de todo el conjunto de gastos planeados e improvisados que implica una celebración de este tipo, puede tener una cierta recuperación al momento de ver la lista de productos adquiridos en la mesa de regalos. Nunca faltan familiares y amigos que te obsequian ya sea un refrigerador, un horno de microondas, una vajilla, un exprimidor. De hecho, en septiembre pasado fui a una boda en Guadalajara y al salir vimos un flamante Mercedes Benz que era regalo del papá del novio para la nueva familia. Wow. Sumando cafeteras, juegos de cuchillos, manteles y demás, quizás puedas recuperar parte del gasto fuerte efectuado. Una ventaja a final de cuentas.

b) Termómetro de amistades. Al principio, junto con tu futura esposa delineas la lista de invitados. Fijas un número tope (p.e. 150 invitados), los cuales se dividen entre las dos tribus asistentes. Luego, cada quien piensa en familiares y amigos más cercanos. Si sobran lugares se contemplan seres queridos lejanos y algunos otros que-no-pueden-faltar (en este rubro entran las sugerencias de los padres sobre viejas amistades que ni conoces, pero que es indispensable incluir). Al final, siempre sucede que hay más invitados que lugares disponibles. Sin embargo, sabes que no todos van a poder asistir. Aquí radica el punto central: la asistencia a la celebración servirá para sopesar quién realmente quería estar contigo en una fecha importante. Algo que bien puede equivaler a un termómetro de las amistades verdaderamente asequibles. Hay algunos que, amablemente, te avisan que no podrán asistir en los días previos al acto. Algo que se agradece, sin duda. Pero otros, por angas o por mangas, simplemente hacen caso omiso de tu invitación, o bien, te envían un mensaje de texto al móvil con algo garabateado como disculpa, no podré asistir. Claro, cuando invitas a alguien, ese alguien está en la total libertad para decidir asistir o no. Sin embargo, como dirían las abuelas, el que quiera ir no pondrá pretextos para hacerlo. Desde mi experiencia pasada puedo decir que es mejor decir no a tiempo que dejar en ascuas a la nueva pareja.

c) Vacaciones anticipadas. Por lógica, luego de la fiesta y la organización e implementación necesitas descanso. Algunas empresas --sobre todo privadas-- contemplan otorgar a sus empleados recién casados algunos días para su solaz. Otras, como las instituciones públicas, sólo lo hacen con sus servidores enrolados en sindicatos charritos. Sin embargo, es un pretexto ideal para solicitar un adelanto de tus periodos vacacionales y escapar, de manera anticipada a las aglomeraciones, con dirección a alguna playa o a cualquier otro lugar de descanso. Es difícil que alguien tenga un contra-argumento para negarte unos días de vacaciones ante el hecho de ser "recién casado". Punto a favor.

d) Cierto halo de inmunidad. Ser el novio o la novia te otorga un espectro de pureza y protección inmaculada que difícilmente podrás conseguir después. En mi caso, tal escudo energético lo apliqué para que los asistentes a mi celebración me perdonaran --o al menos toleraran-- mi escasa habilidad para hilar pasos al ritmo de la música. Es decir, mi absoluta carencia de gracia, chispa y técnica para bailar sólo fue motivo de algunos comentarios jocosos del tipo mira, el novio no sabe bailar, qué wey, que, de otra forma, hubiese sido suficiente para recibir tremendas cantidades de sorna y escarnio público. En mi caso, ante la disyuntiva que era enfrentarme al hecho de tener todas las miradas encima al momento de abrir pista, la opción que escogí fue la de, bueno, ni modo, se darán cuenta de que soy una torpeza, pero al final de cuentas es mi boda y le voy a echar hartas ganitas. Y así sucedió.

e) Experiencia. Claro, como cualquier otra actividad humana, lo que se hace una vez sirve para obtener ciertas habilidades posteriores. No es lo mismo hacerlo por primera ocasión que haber transitado ya por determinado terreno. Por ello estoy a favor de que las mujeres no lleguen vírgenes a la noche de bodas. De ser así, es más probable que todo se convierta en un extenso y detallado Catálogo de Torpezas. Bueno, pero en el caso de la boda, después de organizar una, de sentir en carne propia toda la serie de tensiones, obligaciones, toma de decisiones y negociaciones familiares que implica, lo que queda no es otra cosa que experiencia. Claro, la pregunta podrá ser: ¿y para qué quieres experiencia si al menos en teoría no volverás a hacer otra en un tiempo razonablemente largo? Es cierto. El punto es que ahora ya tienes un panorama general de lo que debe y, sobre todo, de lo que no debe hacerse en el proceso de planeación de tu boda. Esto lo puedes aplicar en consejos prácticos a tus amigos casaderos, o bien, si deseas montar tu propio negocio de organización de eventos sociales.

f) Rey por un día. Ya me lo habían comentado, pero no lo entiendes hasta que lo vives. A mí me sucedió cuando ingresé al salón de la mano de mi flamante esposa cuando todos los demás ya estaban instalados para recibir la comida. Que se levanten todos y te aplaudan, mientras te dicen cosas como bravo, viva y felicidades, te hace sentir algo especial. Comprendo mejor ahora lo que un antiguo priísta llamaba Vitamina P, es decir Vitamina Poder, Vitamina Centro de Atención. Cuando alguien se acostumbra a eso, es difícil poder dejarlo. Por ello muchos políticos no toleran bajarse del tren de la fama, de los reflectores, de la adulación, de ser el centro de atención. Cioran decía que el hombre público tiene una afectación mental: el creerse siempre con la capacidad para ser el eje de la vida de los demás. El problema es cuando comienzas a probar esas raras esencias: quizás te gusten y no vuelvas a tolerar estar de espectador y no de protagonista.

g) Movilización de conciencias. Aunque no lo crean, las bodas generan una revolución interna en muchos de los asistentes. Algunos lloran y recuerdan sus propias días D. Pero otros, una importante minoría, se cuestiona hasta la médula el cómo, cuándo y por qué de sus propias existencias. Este hecho se potencia cuando se trata del primero que se casa dentro de un grupo cerrado de solteros. "Cuando el primero se casa ya todo valió madres...", me dijo un colega de la infancia al momento de entregarle su invitación. Es una posibilidad, sin duda. Más cuando estás cerca de los treinta o cuando ya estás de plano instalado en esa categoría generacional. Las posibilidades de revolución interna son tres. La primera es que se reafirme el sentido gregario de la soltería y al grito de me importa pito el que otros ya hayan formado una nueva familia, yo seguiré igual, soltero y libre, hasta el final de mis días. La segunda es un proceso de reflexión que conlleva a pensar en "sentar cabeza", buscar a la "mujer de mi vida" y demás frases hechas que implican ir renunciando poco a poco al supuesto halo de juventud de los infaltables forever-young. La tercera es, francamente, una revolución radical: se busca al primer tipejo que pase enfrente de uno y se le pide matrimonio. En el caso de mi boda, ya hemos conocido el caso de que una de las primas de mi esposa ya ha mandado al diablo a su antiguo novio-eterno, y de otra prima que ha resentido un incremento de la presión social por dar ese paso definitivo. "Si ella pudo, ¿por qué yo no?", se preguntan las chicas casaderas de más de 30. El motor que mueve al mundo no es el sexo, sino la envidia, diría Unamuno.



Creo que hasta aquí enumeraría las ventajas. Claro, no olvido la más importante: el amor. Estar al lado de la mujer a la que amas. Pero como eso suena algo cursi, me lo reservo.

Por supuesto, no todo es tersura y armonía. También hay desventajas, por ejemplo, el enorme gasto que realizas y que bien podría aprovecharse en el enganche de un mejor coche, de un piso nuevo o de engrosar las cuentas bancarias. Aunque, viéndolo a la distancia, no es tan malo todo eso de desembolsar una buena parte de tus ahorros en un acto que no dura más allá de siete horas. Como diría Mónica Naranjo, sólo se vive una vez.

Bien ha valido la pena todo esto.