viernes, febrero 18, 2005

¡Uy!

Con estupor nos hemos topado con esta agresiva nota aparecida en la edición de hoy de Reforma.

¡Cuidado!



Crecen infartos de burócratas
Por Margarita Vega
Reforma, febrero 18, 2005, p. 18.

A la pesada carga financiera que ya enfrenta, al Instituto de Seguridad y Servicios de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) le corresponde también atender al grupo con mayor tendencia a sufrir enfermedades del corazón: los burócratas.

Un estudio realizado por la Organización Nacional de Cardiólogos del ISSSTE entre sus derechohabientes detectó que entre todos los mexicanos los trabajadores del Estado son los que presentan mayores niveles de colesterol en la sangre, obesidad, hipertensión y tabaquismo.

"Dada la situación socioeconómica de los burócratas, que tienen mayores índices educativos, mayor disponibilidad a los alimentos, mayores ingresos comparados con la población en general, esto ha condicionado que los factores de riesgo para tener enfermedades cardiovasculares se incrementen".

"Se puede ver que los grados de colesterol y grasas en la sangre son mayor que la media nacional, la obesidad también es mayor, esto presupone que este grupo de población, 10 por ciento de la población mexicana, probablemente está más expuesta que la media de México", aseguró Enrique Gómez, jefe de Cardiología del Centro Médico Nacional 20 de Noviembre.

Según este estudio, tres de cada cuatro burócratas son obesos, el 62 por ciento tiene el colesterol alto, el 32 por ciento presenta hipertensión arterial y la misma proporción fuma.

Esta situación, aseguró, ha provocado que las cardiacas sean las enfermedades más atendidas en hospitales de alta especialidad, además de las más costosas.

Las enfermedades del corazón son ya la primer causa de muerte en el país con alrededor de 75 mil 325 muertes al año y de seguir estas tendencias, en 15 años provocarán la mitad de los fallecimientos en México.




Al respecto comentaría que a) no es tan cierto que todos los burócratas tengan "mayores índices educativos", b) tampoco que presenten "mayor disponibilidad a los alimentos", y c) mucho menos que obtengan "mayores ingresos comparados con la población". Como diría otro burócrata, eso es falso de toda falsedad.

Los factores que podrían incidir en el aumento de enfermedades cardiovasculares son el sedentarismo, la mala alimentación (que no tiene relación con el nivel de ingreso o de educación) y la alta concentración de tensión.

Como saben, nosotros los burócratas comemos lo que se puede, es decir lo que da tiempo ingerir y lo que uno puede financiar, sobre todo a finales de quincena. Entonces, el supuesto argumento del dinero se cae. No podemos darnos el lujo de ir a restaurantes especializados en alimentos nutritivos, sino que vamos hacia los puestos callejeros, los locales de comida rápida o, simplemente, traemos cosas de nuestros hogares.

Sin embargo, sí tienen razón en temas como la obesidad (derivada del sedentarismo y los malos hábitos alimenticios) y el tabaquismo. Aunque ahora ya se ha prohibido que se fume al interior de las oficinas públicas, aún puede verse a muchos funcionarios que están apoltronados en las zonas dedicadas a esta actividad (aunque debe notarse que muchos lo hacen no porque sean fumadores compulsivos, sino porque brinda la oportunidad de escaparse por unos minutos de la rutina en la oficina).

En mi caso, tuve una experiencia hace unos años relacionada con altos índices de colesterol, triglicéridos y ácido úrico en mi sangre. Nada que el ejercicio, el cambio de alimentación, el seguimiento de cierta dieta y la relajación no pudieran remediar (sobre todo antes de los treinta). Pero es radicalmente opuesto cuando ves a secretarias inmensas que, además, degluten tortas, tamales, o peor aún, la combinación de ambas en versión torta de tamal de chile relleno de huevo hervido, acompañados de un suculento refresco de toronja, y que no hacen el menor esfuerzo para desplazarse de un sitio a otro. Ahí sí es donde se aparecen las enfermedades. Y, por supuesto, el enorme gasto que representa su atención en los organismos de la seguridad social para el funcionariado.

En resumen, los burócratas tenemos enfermedades del corazón no porque seamos más cultos o más ricos o más privilegiados que la otra porción de la población. Más bien se trata de un reflejo de una mala alimentación, provocada por malos salarios y escasa planeación para construir comedores al interior de las dependencias, así como de una pésima cultura sanitaria que excluye actividades como el deporte y la recreación como parte de las rutinas cotidianas.

Así que, de ahora en adelante, cuando vean a un burócrata gordo (algo rarísimo) no lo maltraten. Piensen en que sí tienen corazón y, sobre todo, que está enfermo.