lunes, enero 30, 2006

Pajarito.

Vaya nombre para un toro. Uno imagina que los bureles se llamen Destrozador, Verdugo, Furia Negra, Incontenible o Cuernos Largos Asesinos. Pero, ¿Pajarito? Lo que más relaciono con ese apelativo es a un ex portero del Amiérdica llamado El Pajarito Cortés y al odioso Piolín. Sin embargo, las apariencias engañan. Pajarito ha sido el más bravo --y acrobático-- de todos los astados que se han presentado en los últimos años en la Plaza de Toros México.

A mí me joden los toros. Es decir, nunca han sido de mi total agrado. Sencillamente, no encuentro placer en verlos. Dicen que es un arte y una fiesta. Para mí es un espectáculo público más. Quizás lo que más me jode es la parafernalia y faramalla que sus aficionados crean alrededor del hecho. Ahí van con sus botas de vino, sus sombreros de no sé cuántos miles de pesos, sus mujeres hiperguapas, sus políticos en primera fila, sus actores que a todo gritan ¡olé!, sus obispos mediáticos y su sangre, mucha sangre sobre la arena. No sé, quizás dirán que soy muy corriente o naco, pero prefiero el fútbol o la lucha que los toros. De hecho, nunca he visto una corrida en directo. Lo más a lo que he llegado fue a observar todo el espectáculo por televisión desde la plaza de Juriquilla, Querétaro. En acción estaba el tal July y, bueno, tendremos que aceptar que sí es emocionante la cuestión, pero no tanto como mirar el gol de tu equipo en el último momento para ganar la Copa. Además, no sé por qué los toros los relaciono con las peleas de gallos. La única ocasión en que he presenciado una pelea de este tipo me pareció uno de los actos más grotescos. No sé. Dicen que tanto los gallos como los toros de lidia (¿de Lydia Camacho?) están hechos para eso, es decir para morir frente a la gente. Bueno, no lo sé. En todo caso prefiero el boxeo. Dos tipos en plenas capacidades que se dan de golpes no sólo por instinto, sino por convicción y estrategia. En fin.

Pero decía que Pajarito ha dado la nota mundial. Ayer observé la escena en la televisión y en principio pensé que había pasado en alguna plaza de algún país exótico. Bueno, en realidad así pasó. Sólo que el país exótico era el mío. México. El país de la esperanza. Ja. Y ahí estaba Pajarito volando cual su nombre lo indica para arremetar contra los burgueses apostados en las primeras filas. Como bien lo ha establecido mi colega Paco, ojalá hubiese estado ahí Onésimo, pero bueno, no siempre puede conseguir lo que tú quieres, pero sí puedes tener lo que necesitas.

Siempre que entro a la versión electrónica del diario La Vanguardia de Barcelona, observo la encuesta que han hecho con sus ciberlectores. La pregunta es, más o menos, ¿usted apoya la prohibición de las corridas de toros? Las respuestas dan mayoría al sí, a pesar de que se trata del país con mayor tradición en la tauromaquia. La verdad, a mí me da igual que las permitan o las censuren. A final de cuentas su efecto en mi emoción es el mismo que cuando leo que un mexicano cruzó el Canal de la Mancha en 45 minutos o cuando Armstrong ganó su séptima Tour de Francia.

Pero, bueno, Pajarito ha reivindicado un poco el sentido de la palabra emoción en las corridas de toros.

Salve Toro Bravo.