Faltan 4 días
Esta mañana he estado en Los Pinos. No, no fui a ver al C. Presidente de este enorme municipio llamado México. Tampoco a pasear por sus amplios jardines, ni mucho menos a enrolarme en el Cuerpo de Guardias Presidenciales. Simplemente se trató de un aniversario luctuoso más de F. Indalecio Madero, el "Apóstol de la Revolución Mexicana", tal y como está grabado en el monumento erigido en su honor dentro de la Residencia Oficial.
Debo decir que ésta no ha sido la primera vez que asisto a dicho lugar. La primera ocasión fue en 1987. En aquel tiempo tenía 11 años y llegué acompañado, en particular, de otros 20 chavales que representábamos a la entidad federativa llamada Puebla (ojo: no nací en ese precioso estado, pero ahí fue donde radiqué mis primeros 17 años de existencia) y, en general, de otros 600 que daban fe de la variopinta mezcla racial de nuestro país. El motivo: todos habíamos ganado nuestros respectivos concursos escolares regionales de sexto grado para ser considerados "Alumnos Distinguidos" en ese año. La misma cuestión que ahora se conoce como la "olimpiada del conocimiento" (o algo así) y que cada verano otorga el pasaporte directo a los críos más aplicados de la nación (cualquier cosa que eso signifique) a que puedan estar toda una semana en la ciudad departiendo y siendo homenajeados como si fuésemos los próximos mesías de esta Patria que escribe su nombre con la equis.
Pues bien, a mí me tocó ser parte de esa camada en el ahora ya lejano 1987. Y, precisamente, una escala del "viaje cultural" fue Los Pinos, donde pudimos saludar de mano y sacarnos una foto con el entonces Ejecutivo Federal, nada más y nada menos que Miguel de la Madrid Hurtado (uy, qué honor). Luego ya nos llevaron a Bellas Artes, las pirámides, el Teatro de la Ciudad, el Templo Mayor, Palacio Nacional y a un auditorio de la delegación Azcapotzalco, entre otros sitios. No sé bien si dicho tour lo diseñó algún funcionario del Ministerio de Educación o un agente de ventas de Viajes Bojórquez o Viajes Liberación. En fin. Para finalizar el comentario, el hospedaje se lo debimos al antiguo Colegio Militar, el mismo que está afuera de la estación del mismo nombre del subterráneo, y en donde aprendimos las primeras dosis de rigor en lo que a afrontar a las multitudes se refiere. Ay, qué tiempos aquellos (snif).
Después, ya integrado a la Administración Pública Federal como funcionario, he ido en un par de ocasiones más. Aquí también debo resaltar que, debido a la nueva plaza que ahora ocupo, mi asistencia a este tipo de actos se ha convertido en obligatoria. Es decir, de ahora en adelante tendré que estar presente en todas las conmemoraciones cívicas a las que nos inviten. Pienso, por ejemplo, en los 21 de marzo, los 16 de septiembre, los 20 de noviembre, los 5 de febrero, entre otros. Los costos del ascenso se empiezan a manifestar.
Como he mencionado en un antiguo post, si algo tiene la Nación Mexica es hartos motivos para celebrar. Si revisamos el Calendario Cívico oficial que edita el Ministerio del Interior podremos percatarnos de que, bueno, pretextos no nos faltan para declarar varios días al mes (y hasta de cada semana) como "festivos" y, por esta razón, tener justificaciones para declararlos no laborales. Ojalá así sea en un futuro cercano. Por el momento, las fechas cívicas sólo nos obligan a tener que desmañanarnos --sobre todo cuando se les ocurre caer en sábado o domingo-- con el fin de estar puntuales en las citas de esta clase de actos protocolarios. Vaya cosa.
El acto de hoy fue breve, muy breve. Sólo 15 minutos, los cuales se reunieron por el hecho de que la banda de música del Ministerio de Marina se aventó una rola antes de que viniera el solitario discurso. Pienso en quiénes pudieron haber padecido más esta conmemoración. La respuesta es --hasta cierto punto-- sencilla: los chavales de secundaria que, obligados por sus profesores, tuvieron que estar en el lugar desde 45 minutos antes de comenzar la conmemoración. Los miembros de la Marina y el Ejército ya están acostumbrados a la disciplina (creo). Y nosotros los burócratas, bueno, nosotros nos adaptamos a cualquier circunstancia (excepto a no cobrar quincenalmente y a no comer, claro).
Grábese en letras de platino.
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