domingo, marzo 09, 2008

Sobre las FARC y la Universidad Nacional

Como era de esperarse, el anuncio de que estudiantes de la Universidad Nacional se encontraban en el campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que fue atacado por el ejército colombiano dentro de territorio ecuatoriano ha generado reacciones en contra del prestigio de la institución.

Las más comunes, que la UNAM siempre ha sido como el semillero de esta clase de individuos y organizaciones, que si todos los que asistimos ahí hemos sido revolucionarios y comunistas, que si la Universidad contribuye a la ingobernabilidad del país y demás falacias y lindezas por el estilo. Los detractores de siempre sólo están esperando la menor oportunidad para tirarse a matar.

De hecho, en la clase de hoy un estudiante tuvo un argumento parecido a los que he señalado en el párrafo anterior. Por supuesto, tuve una contrapropuesta no sólo porque lo que decía era erróneo (que la UNAM es el origen del socialismo en México), sino porque es totalmente injust estereotipar a toda la comunidad universitaria por unos cuantos.

Más tarde, mientras desayunaba-comía leí el editorial de El Universal que abordó este asunto. A veces estoy de acuerdo con su línea y otras no. Sin embargo, creo que el de este sábado ha sido bastante lúcido respecto al tema. Por lo cual, aquí lo reproduzco íntegro.


La UNAM, un riesgo valioso

En la terrible aventura que tal vez llevó a la muerte de cinco estudiantes mexicanos en un campamento de la guerrilla colombiana en Ecuador queda manchada, aunque sin culpa, la imagen de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

El que una organización extremista cuente con simpatizantes en la UNAM no es raro. Después de todo, se trata de un espacio de pensamiento abierto donde predominan los jóvenes, que con ideas mayormente idealistas y aun idealizadas son fácilmente convencidos por la aparente o real justicia de tal o cual movimiento.

La UNAM, y en especial sus facultades y escuelas del área de humanidades, es campo fértil y fácil para tales grupos, nacionales y extranjeros, como parece evidente ahora, tras las revelaciones de la existencia de una red de simpatizantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en la principal casa de estudios del país.

Fue precisamente la existencia de la red de simpatizantes de las FARC, en coexistencia con uno de la miríada de grupúsculos “revolucionarios” que tienen presencia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, la que llevó a la asistencia de mexicanos a un congreso seudoacadémico sobre las FARC en Quito, y de ahí a su visita a un campamento guerrillero en la frontera con Colombia.

Las víctimas mexicanas del fin de semana son tanto víctimas de las bombas colombianas como del engaño “revolucionario” que los llevó a acercarse a la línea de fuego de un conflicto civil tan añejo como salvaje.

La terrible realidad que encontraron puede hacer que alguno se fortalezca en su “fe revolucionaria”, pero tal vez alguno otro pueda comprender que la acción política, con todos sus defectos, tiene enormes ventajas sobre la acción armada: después de todo, en política los cadáveres se pueden levantar para luchar de nuevo.

Y esa es curiosamente la lección que brinda la UNAM desde hace décadas. La miríada de grupúsculos políticos que existen y a veces difícilmente coexisten ahí son demostración de lo que una institución abierta puede ofrecer: debate, diálogo y, en el peor de los casos, hasta la supervivencia de organizaciones que no podrían existir en otras circunstancias o fuera de la institución.

Pero el que tales grupos estén ahí y usen o aun abusen del ambiente de libertad de expresión, de academia y de presencia que ofrece la UNAM tradicionalmente no es culpa de la Universidad, como tampoco lo sería si alguno de sus alumnos decide seguir un camino que otros consideren como equivocado o que, como en este caso, los lleve a enfrentar sospecha e incluso la muerte.

La UNAM ha sido un centro tradicional de libre expresión y pensamiento, donde se encuentran las minorías más radicales y las “microfracciones” que a veces resultan censores tanto o más salvajes que aquellos que los censuran en el exterior. Pero todos ellos forman parte de la experiencia universitaria y del contacto de los jóvenes, y algunos no tanto, con la libre expresión, el libre pensamiento y la libertad de opciones.

Y si bien es cierto que la UNAM no es un “territorio autónomo” y mucho menos una republiqueta como algunos quisieran pensar, sí es cierto que las autoridades deben respetar ese espacio, aun a riesgo, a veces, de que haya algún ingenuo o algún abusivo.

La patética aventura de Lucía Morett y sus compañeros, que aún debe ser investigada por las autoridades para determinar su fondo y su alcance, es parte de la atmósfera de la UNAM, pero ni de lejos representa a la UNAM.

Muchas generaciones han pasado por la Universidad Nacional en ese ambiente, y mal que bien nos señalan que, francamente, es preferible el riesgo que no correrlo.