viernes, agosto 22, 2008

Competir no gusta

Carlos Elizondo Mayer-Serra

De acuerdo con un estudio de PricewaterhouseCoopers, México debería haber logrado 8 medallas en la Olimpiada que está por terminar, el doble de las cosechadas en Atenas. De ser ciertas las predicciones de esta empresa, México habría terminado en el lugar 30 de los países que compitieron. Quedaremos muy por debajo de la predicción, a pesar de los éxitos de última hora.

No creo que los clientes de esta empresa deban rescindirles el contrato por fallar en sus predicciones. El modelo no pretende ser un oráculo, simplemente estima el potencial olímpico de un país a partir de la población, ingreso per cápita, condición de anfitrión, si proviene o no del ex bloque soviético y la historia olímpica reciente del país. México ha quedado por debajo de su potencial, incluso peor posicionado que países como Tailandia y Mongolia. Como dice un amigo, habría que prohibir este tipo de eventos. Son crueles para un país como el nuestro.

Lo anecdótico de nuestro fracaso es conocido: que si le dolió la panza al marchista, o si el uniforme no era el correcto. El fracaso revela una seria falta de organización, pero sobre todo algo más profundo: no estamos acostumbrados a competir. Esto es evidente en nuestro sistema educativo, el cual no está diseñado para estimular el mejor desempeño deportivo o educativo de la población. Los padres tampoco suelen estimular la competencia. Parecen tener la sabiduría de la edad. Tristemente ya aprendieron que el mérito no suele ser el criterio dominante para asignar oportunidades.

Hay muchos ámbitos donde en otros países se trata de escoger al mejor con base en algún tipo de concurso, pero en México no se hace de esa forma. Por ejemplo, en Pemex, LyFC o prácticamente todas las plazas sindicalizadas del gobierno federal y de los estatales, el ingreso no es por concurso en el que se seleccione al mejor. Es el resultado de una mezcla de grilla, clientelismo y corrupción. Las plazas son tan valiosas que en muchos casos se venden. El agraciado con una plaza no cambia fácilmente de trabajo. La rotación de empleados de base en una empresa como Pemex es mínima. Cuando protestan argumentando bajos salarios, habría que preguntarse por qué prácticamente nadie deja una plaza una vez obtenida. El contraste de Pemex con Petrobras es iluminador. En esta empresa para llenar 163 vacantes recientemente decenas de miles tuvieron que pagar su inscripción. Así, es más probable que lleguen los mejores.

De ahí lo novedoso e importante de haber convocado en la SEP a un concurso para ocupar las nuevas plazas de maestros. Hay mucho que mejorar en el instrumento utilizado para medir las competencias de los candidatos, pero el cambio en el método es revolucionario. Se termina con una industria basada en comprar las plazas que ha sido valuada en unos 3 mil millones de pesos. Por supuesto hay muchos enojados. Los que administraban ese negocio van a tratar de aprovechar el descontento de los rechazados. Pero no es que ahora haya menos oportunidades de trabajo en el sector. Hay más gente con la posibilidad de competir, y los perdedores pueden ser organizados por los que antes administraban el corrupto proceso de contratación de maestros. Se protesta menos cuando se pierde en mecanismos oscuros de compra de plazas que cuando hay un examen abierto a todos.

Si uno hiciera un trabajo sobre el personal que labora en el Poder Judicial encontraría un gran número de parientes. No es que sean mejores, es que han sido históricamente favorecidos sobre quienes vienen de afuera. Aun ahora que el ingreso es por concurso, supongo seguirán ganando plazas en mayor proporción que los ajenos al Poder Judicial, pues se enteran más rápido y están mejor informados de cómo hacerlo. Esto suponiendo que luego no los ayudan sus parientes.

Las grandes empresas privadas mexicanas probablemente son más meritocráticas que el gobierno, pero también suelen darle al parentesco un enorme valor. Ser hijo o cuñado del dueño es mejor pasaporte que tener un buen desempeño y magníficos estudios. El resultado es que no tienen los mejores funcionarios posibles, sobre todo en los niveles más altos.

En todos los países el mérito está distorsionado por la grilla, la corrupción, el compadrazgo. Sin embargo, en México es mucho mayor el peso de esos factores. El mal desempeño olímpico es resultado en buena medida de la falta de un sistema competitivo abierto a todos. No somos los únicos por debajo de lo esperado. A la India también le fue mal. Sin embargo, ellos tienen muchas otras muestras de que sí están siendo competitivos y que saben competir; por ejemplo los exámenes de ingreso a sus grandes universidades, donde cientos de miles compiten por algunos cientos de lugares.

En México aprendimos que importa más a quién conoces que cuánto conoces. Esto sólo se cambia transformando las reglas, como lo han mostrado la mayoría de las empresas internacionales que operan en el país. Éstas suelen ser tan competitivas como en cualquier lugar del mundo, con los mismos empleados mexicanos que son muy buenos cuando las reglas meritocráticas son claras. Cuesta trabajo ese nuevo mundo para quienes viven del compadrazgo y la corrupción, pero es más justo y genera mayores beneficios sociales.