Jacqueline Pascarl, ex princesa malasia
"Me enamoré de la idea del amor ideal"
VÍCTOR-M. AMELA
Tengo 45 años. Nací y vivo en Melbourne (Australia). Hago documentales televisivos y soy cooperante internacional. A los 17 años me casé con un príncipe malasio, que secuestró a nuestros dos hijos, Iddin (25) y Shahirah (22). Mi política y mi fe son los derechos humanos.
¿Cómo fue su boda?
¡El peor día de mi vida!
¿Por qué?
Mi marido quiso casarse al modo tradicional de la corte malasia. Tuve que convertirme al islam, aceptar las reglas de la realeza... Y, durante días, encerrada y casi sin comer, me pintaron, peinaron, engalanaron. ¡La tiara pesaba horrores! Y aquellos imposibles zapatos dorados de tacón alto...
¿Quién era él?
Un príncipe de Malasia. ¿Quiere su nombre completo?
Sí.
Yang Amat Mulia Raja Ahmad Bahrin Shah ibni Yang Amat Mulia Tengku Sriwa Raja, Raja Ahmad Shah.
Jo.
¡Agotador! Se traduce por algo así como Su Alteza Real príncipe Ahmad Bahrin, señor, hijo de... y más y más títulos principescos y honores. ¡Apenas le cabía el nombre en el pasaporte! Yo le llamaba Bahrin a secas.
¿Por qué se casó con él?
Con 17 años, yo venía de una familia disfuncional y sentí que podía tener una identidad, una familia. Bahrin era alto, moreno, atractivo, estudiante de arquitectura... Me enamoré de la idea del amor ideal.
¿Por qué era disfuncional su familia?
Mi padre abandonó a mi madre al nacer yo, y ella padeció problemas psiquiátricos. Me crié con mis abuelos, y hasta los diez años fue bien: estudiaba ballet, escribía poemas...
¿Y qué pasó a los diez años?
Mi madre salió del psiquiátrico y, emparejada con un hombre, me reclamó. Ellos me separaron de mis abuelos, me apartaron y... abusaron sexualmente de mí.
¿Los dos?
Los dos. Dejé de escribir poesía, aplastaron mi alma. Mi único salvavidas era el ballet. A los 16 años reaccioné: le pegué un puñetazo a ese hombre y me liberé.
¿Cuáles eran sus sueños por entonces?
El ballet y el estudio de la historia.
¿Cómo conoció a su príncipe malasio?
Unos amigos míos le invitaron un día a verme bailar en una función de ballet. En seguida se me declaró, me regalaba flores, me pretendía, me llevó de viaje a conocer a su familia a Malasia...
¿Muy ricos?
Sí: el estado de Terengganu, del que su difunto abuelo fue sultán, tiene gas y petróleo. Seis meses después nos casábamos, y en la boda me regaló montañas de joyas, 27 bandejas llenas de regalos carísimos, y hasta la maqueta de una casa hecha con billetes de dólar... Derroche y mal gusto. ¡Y un pastel de tres pisos, amarillo..., que estaba rancio! Esa boda era premonición de que mi matrimonio sería un infierno, y no supe verlo.
¿Por qué un infierno?
Cuándo íbamos a Australia él se comportaba como un occidental, encantador, dúctil, abierto, festivo, bebía alcohol... Pero en casa, en Malasia, era rígido, intransigente, estricto, fundamentalista. ¡Era dos personas en una, algo tan esquizofrénico que llegué a dudar de mi salud mental! En Malasia cualquier actitud mía le enfurecía...
¿Y usted qué hacía?
Yo me esforzaba por agradarle, por no defraudarle, por estar a la altura de lo que quería de mí..., pero no hacía más que disgustarle, y su enfado crecía: empezó a pegarme...
¿No se rebelaba?
Las que hemos recibido maltratos y abusos de niñas lo hacemos todo por agradar.
¿Cuál fue su peor momento?
Estaba a punto de parir a nuestra segunda hija, y me apaleó con la barra de la cortina, me rompió la nariz, me quebró la espalda. Conservo la imagen de la luna llena en la ventana y él llorando en el suelo, pidiendo perdón. El arrepentimiento duró diez días…
¿Cómo acabó?
Lo más doloroso fue enterarme de que se había casado con una cabaretera: al casarnos prometió renunciar a la poligamia...
¿Cómo reaccionó usted?
Poco después de nacer Shahirah, mi marido me dejó volar con mis hijos a Australia porque mi abuela agonizaba. No pensaba en huir, no me llevé ni una joya ni nada...
Pero... ¿huyó?
Un amigo allí me puso ante el espejo y me dijo: "Mírate y dime si quieres que tus hijos tengan por modelo una persona así". Fue un shock: ahí decidí no regresar a casa.
Bien hecho, claro que sí.
Trabajé en lo que pude y viví modestamente con mis dos niños, entre amor, juegos y mimos: ¡aquellos siete años fueron los siete años más felices de mi vida!
¿Por qué sólo siete?
Porque siete años después, Bahrin logró secuestrar a los niños y llevárselos a Malasia, donde me declararon delincuente: si iba allí, sería encarcelada. Sin mis niños creí morir, me sentí como una manzana a la que le arrancan el corazón. Durante catorce años, mi marido no me ha dejado ni hablar por teléfono ni por carta con ellos...
¿Los ha recuperado?
Luché por recuperarlos, y con la mayoría de edad han podido viajar y nos hemos reencontrado. ¡Ahora soy feliz! Sufrieron lejos de mí, y hoy van y vienen: yo no les prohíbo ver a su padre, para no ser como él.
¿Qué huella le queda de esa vivencia?
Trabajo en Care International, ONG al cuidado de niños. ¿Sabe que 30.000 niños son secuestrados al año por uno de sus padres? Es un dolor desgarrador que colaboro en paliar y combatir.
En el trono
Es menuda, tiene cuerpo de bailarina, rostro de muñeca y expresivos ojos azules en unas facciones orientales, resultado de antepasados franceses e ingleses y un padre chino. Sufrió una turbulenta infancia, y se redimió en un trono de princesa malasia. Se casó con un traje rojo sangre, el mismo color que viste esta mañana - "me sienta bien", me dice-. Pero el príncipe azul siempre sale rana: Jacqueline padeció maltrato y luego el secuestro de sus hijos. Sobrevivió a todo eso luchando y volcando su vida en la ONG Care International, con la que viaja a zonas de conflicto de todo el mundo para ayudar a los niños, como explica en su autobiografía Desde que fui princesa (Booket).
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