El aperre
Esta mañana he comprobado algo que como estudiante había dejado pasar: que la Universidad Nacional es el sitio consagrado al aperre.
En efecto, una institución de educación superior de las dimensiones de la UNAM, con sus 300 mil estudiantes matriculados y sus otros tantos miles de trabajadores, entre académicos, investigadores, técnicos académicos, profesores de asignatura, ayudantes de profesores y colados varios, posee esos ingredientes necesarios para conducirte a la locura prematura a cualquier hora del día y en cualquier época del año (sobre todo cuando hay clases).
Esta mañana, después de haber dado la clase en Acatlán y después de cruzar toda la ciudad por el Periférico, la primera noticia no grata que recibí fue darme cuenta que el aparcamiento de Ciudad Universitaria que me corresponde estaba hiper saturado. Iba a escribir la palabra lleno, pero no es suficiente para dar una idea de lo que quiero decir. Aperrado sería otra opción. En efecto, aperrado es más cercano a lo que sucede día con día por acá.
Lo anterior me obligó a dar la clásica vuelta para buscar algún espacio por pequeño que fuera. Nada. Otra vuelta, pero ahora a todo el Circuito Escolar. Nada: todos hasta el tope. Al parecer eso de universidad pública como que no aplica tanto a nuestro objeto de estudio. Cierta bonanza económica ha hecho que veamos un coche en cada hijo que la Universidad parió. Y además, de buenas marcas y modelos recientes. Claro, no es la Anáhuac, pero tampoco la Universidad Autónoma Metropolitana.
Ante este escenario medio caótico la única posibilidad era dejar el automotor en los aparcamientos del Estadio Olímpico que han sido habilitados para funcionar entre semana. Los más cercanos a la civilización, vaya novedad, estaban llenos. Después de un buen rato por fin encontré lugar hasta la parte trasera del inmueble. Perfecto. Sin embargo, algo negativo había que surgir en esta mañana de aperre total: hay lugar, pero cuesta.
Tal cual. La Universidad también ha entrado con fe a las leyes y prácticas del mercado, por lo que ha dispuesto de diversas maquinitas que cobran el aparcamiento como las que pueden encontrarse en los centros comerciales. Y no sólo eso: los precios también se asemejan a los de aquellos templos capitalistas. ¿Qué tal? ¿Quién dice que somos forjadores de guerrilleros?
Como el asunto de aparcar el coche casi me llevaba a los límites de otra delegación, ahora el problema era cómo llegar a mi lugar de trabajo. De nuevo la opción fue usar un servicio que la Universidad ha dispuesto frente a su aperre cotidiano: coger el Pumabús gratuito que te conduce a varios rincones de Ciudad Universitaria. El punto es que éste también se aperra y que tarda varios minutos en transitar por toda la serie de puntos intermedios.
Media hora después de mi arribo a la C.U. pude por fin pisar mi cubículo. Como he venido de dar la clase en el otro lado de la ciudad no había ni desayunado ni comprado el diario. Bueno, pues aquí surge otro asunto no menor: por estos rumbos es dificilísimo encontrar un quiosco que tenga una buena oferta de publicaciones (ya ni qué decir de encontrar un cajero automático).
En efecto, uno pensaría que por ser la Universidad más importante de Latinoamérica habría una considerable cantidad de diarios dispuestos para ser comprados y leídos por los estudiantes. Pues no. En la zona declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad sólo hay dos tienditas que funcionan como tal y, para variar, el aperre hace que desde temprano se terminen los ejemplares y ya sólo queden disponibles El Universal Gráfico, el Esto y La Jornada (qué raro, si se supone que ese diario es como The CGH News o The Ocosingo Times).
Aperre y más aperre. Si se desocupa un lugar de aparcamiento hay 35 coches peléandose por él. Si llega un ejemplar más de El Universal, hay 127 personas pidiéndolo al hombre del puesto. Si en la barra de alimentos ofrecen una promoción que incluye torta, café y jugo, 298 jóvenes promesas de la ciencia y las humanidades la exigen como una parte de su formación intelectual.
Me consuela pensar en que las universidades públicas de Pekín y Nueva Delhi deben estar peor.
Así las cosas.
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