lunes, agosto 25, 2008

Notas desde el cuesta arriba de un lunes

Por fin terminaron los Juegos Olímpicos de Pekín y ahora enfrentamos la orfandad en términos de espectáculos televisivos. ¿Qué pretexto tendremos para justificar nuestros desvelos, nuestros ojos rojos, nuestras eternas quejas sobre el país y sus malos resultados?

México obtuvo el lugar 32 o 36 del medallero, no sé exactamente cuál, pero al final de la quincena estamos arriba de Irlanda, pero por debajo de Argentina. El sábado por la mañana cayó otra medalla de oro y eso apagó cualquier intento de rebelión contra los directivos nacionales. El epígrafe de hoy de La Jornada es aleccionador al respecto: es irónico que un deporte de patadas salve a una gestión de la patada.

Por el momento sólo nos quedará refugiarnos en el fútbol, tanto en el de la Liga mexica como en el que van a montar en la región: la tal Concachampions. Triste destino para todos aquellos que buscamos afanosamente algo en qué creer.

Aquí en la oficina la cosa va, digamos, normal. Para quien quiera analizar la burocracia de las décadas de 1980 y 1990 no debe haber mejor archivo vivo que el que guardan estos campus. Y eso que la burocracia federal tampoco canta mal las rancheras, pero sí ha avanzado un poco más. Hay intentos de modernización por estos lares, como ciertas encuestas de satisfacción en la provisión de servicios, pero son como muy básicas: cuestionarios que hay que llenar a mano cuatro veces con las mismas preguntas para todas las áreas evaluadas.

Quizás se piense que con esto soy un malagradecido o que estoy ejerciendo esa mexicanísima actividad que algunos suelen llamar morder la mano que te da de comer, o bien, patear el pesebre. Desde mi punto de vista, es sólo una anotación sobre lo burocrática que se pone la burocracia (es decir, las características que adopta el funcionariado público en su versión autónoma).

Mi teoría es que todas las oficinas se parecen en lo básico, incluidas las privadas. Los egos, las jerarquías, las malas leches, las chicas sexys, las intrigosas, los tipos insoportables y los eternos quejosos abundan por aquí y por allá. En otras anotaciones ya he intentado destacar los puntos en común de esta y la otra oficina en la que laboraba. Digamos que lo mismo, pero en otras dimensiones.

En fin.