Tiempos violentos
A pesar de que la desconfianza y la indiferencia es notoria y justificada, yo espero que el encuentro de ayer del Consejo Nacional de Seguridad Pública dé resultados en el corto y el mediano plazo.
Es decir, no podemos dejar de creer en nuestros gobiernos. Me refiero a las instituciones, los procesos, las estructuras, las jerarquías, la burocracia misma, las leyes, la ética gobernante. Lo que falla, en la mayoría de los casos, son las personificaciones del Estado: los hombres y mujeres que, por diversos motivos, no logran echar a andar la maquinaria como uno esperaría.
Pero si comenzamos a dudar de la importancia que tiene la autoridad y la organización dentro de la sociedad nos estaremos acercando al caos total. Aceptémoslo: un grupo humano, cualquiera que sea, no puede vivir sin gobierno ni sin estructuras jerárquicas de poder. Es imposible. Es decir, sin instituciones es escasamente viable resolver los conflictos humanos sin un mínimo de racionalidad. Quizás surjan otro tipo de mecanismos de imposición del orden, pero estarán sujetos al albedrío de los más fuertes, los más hábiles o los más temerarios, justo como está comenzando a suceder ahora en México y eso, como se comprueba todos los días en las noticias, nos está llevando a la locura y el terror.
Por supuesto que el actual y los gobiernos anteriores han perdido casi toda su legitimidad, que se hayan ganado a pulso la desconfianza ciudadana por su ineficacia, su cinismo, su abulia y su temor. Pero no se puede dejar de creer en la idea del Estado moderno. A pesar de su contradicción y su sentido paradójico, una sociedad sólo puede ser libre y vigorosa si tiene un gobierno fuerte y orgulloso.
San Agustín lo puso más claro: de entre todas las mafias humanas, sólo una debe prevalecer: la de la propia autoridad institucionalizada.
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