Pruritos olímpicos
Casi todos los Juegos Olímpicos que he podido ver y de los cuales tengo noción, desde Los Ángeles 84 hasta Atenas 04, había deseado que los Estados Unidos fuesen derrotados, sobre todo, ante sus contrapartes planetarias como la Unión Soviética, la República Democrática Alemana o el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte.
Siempre me había jodido de sobremanera el momento en que sus atletas, ataviados con esos fastidiosos uniformes azules, blancos y rojos de barras y estrellas, lograban llegar al primer sitio del podio dejando en el camino a todas las demás naciones del orbe. En cambio, era inmensamente feliz cuando perdían en la final contra alguno de los países arriba mencionados (de los cuales ya sólo existe uno como tal).
Claro que me da gusto que México gane algo. Oro, sobre todo. Pero como eso sucede muy de vez en cuando, pues tampoco me preocupa mucho el subidón de adrenalina y la alteración de mis niveles de bilirrubina directa e indirecta provocados por observar a la bandera nacional hasta arriba.
En contraste, nunca he sentido mayor emoción por ver que algún latinoamericano obtenga algo del medallero. Eso de la supuesta hermandad y fraternidad entre los países del subcontinente tercermundista en torneos y competencias internacionales me parece tan ficticia como lo que sucede al interior de esas familias dispersas y complejas donde todos se odian, pero cuyos deseos y parabienes mutuos siempre son los mejores del mundo. Si Perú gana en volibol, perfecto, pero no me hago propia esa victoria.
Sin embargo, en esta versión asiática de los juegos he dado un giro inesperado a mis pruritos olímpicos: apruebo con sonrisa socarrona que los norteamericanos ganen y ganen y sigan ganando competiciones.
Es decir, que si lo logran es por algo. Generalmente, porque son buenos, porque se preparan bien, porque tienen mentalidad y porque invierten generosas cantidades de dinero en formar atletas. Digo, está bien. ¿Qué diéramos los mexicanos por estar en la picota en la mayoría de las pruebas?, ¿qué por tener a un remedo de Phelps, de su equipo de baloncesto, de sus gimnastas?
Y aquí alguien dirá, bueno, pero no sólo veas al norte, también mira el caso de Cuba. Sí, sí, sí. El clásico ejemplo de que esa nación caribeña aún con su bloqueo, con sus carencias y tal siempre está por encima de los latinoamericanos. De acuerdo. Pero hasta la multicitada y mitificada Cuba es derrotada por los EUA.
Sigo prefiriendo a los ex soviéticos y a los alemanes y a los británicos. Pero ya no me causa tanta comezón ver a los gringos ganar. ¿Por qué habría de hacerlo si ganan porque se lo merecen? Al menos en los deportes sí.
Hasta para ser un imperio-odioso se necesitan ciertas aptitudes.
3 Comments:
Entonces...
Viva el imperialismo???
Jajaja!
Los chinos, maese, esos son la verdadera potencia, no sólo deportiva.
En muchos aspectos, los gringos están sintiendo pasos en la azotea, y eso deja un inevitable sabor agridulce.
En efecto, tan agridulce como el sabor de su comida...
Por cierto, hoy mi mujer parte rumbo a esas tierras del lejano Oriente.
M.
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