viernes, agosto 07, 2009

Viernes

Por fin ha llegado el viernes.

Una semana complicada. De esas que son cuesta arriba y que te presagian que, si ahora estás pensando que ha sido de perros, lo que vendrá después será peor.

Cómo cambian las cosas en pocos momentos. Si Benjamin Franklin afirmaba que en esta vida lo único que tenemos seguro es la muerte y el pago de impuestos, también habría que agregar que otra certeza es que nada es para siempre. Nada, nada, nada. Ni el amor, ni el odio, ni la vida, ni la muerte. Nada.

Bueno, ni siquiera las plataformas tecnológicas que hacen de divanes sicoanalíticos a domicilio. Ahí tienen el caso de Twitter, el portal donde de manera minimalista cada quien hace de su existencia un mini-reality (regularmente igual de mediocres que los de la televisión). A día de hoy me he resistido como gato boca arriba a tener mi cuenta en el tal Twitter, pero creo que, tal y como ha sucedido con Facebook (del cual soy ahora como forofo), cuando acabe esta bitácora me mudaré a la otra.

Afortunadamente cada vez veo menos a Michael Jackson por cualquier lado. Estos días fueron de una terrible sobredosis de negro pedófilo. Ibas al súpermercado y ahí estaban sus discos. En Sanborns no dejaban de proyectar alguno de sus megalomaníacos vídeos. Salías a la calle y ahí iba un Derby 1999 sonando a todo pulmón Beat it desde las cuatro bocinas que sobrepoblaban la cajuela del compacto. Abrías el diario del día y seguías --quisieras o no-- la investigación con los casos del médico, el amigo, el veterinario, los hijos, la familia, la etcétera. No me jodan. Ya por favor. Espero que pronto fallezca algún otro famoso para que eclipse al ex afroamericano, tanto como él lo hizo con Manuel Saval, La Parkita, Espectricto II y Farrah Fawcett.

Entre las noticias buenas que ha dejado esta semana rara ha sido que ya está disponible en México la tienda de iTunes. Eso está muy bien. Ahora ya se puede comprar música en línea. También vídeos, como el nuevo de Shakira, el cual nos pone en la antesala del onanismo después de ver las contorsiones sexosas de la colombiana instalada en su papel de loba-zorra. Nada que ver con las señoras que los luchadores referidos líneas arriba se agenciaban para pasarla bien después de combatir a los malosos arriba del ring.

Y mientras en mi propio iTunes suena una canción de Johnny Cash que me remonta a las montañas de mi pueblo poblano, termino esta publicación insípida.